6 de julio de 2012

Sentido

Ayer volvía muy abrigada caminando a casa, como todas las noches, escuchando un poco de blues en los auriculares y pensando, siempre pensando. También como siempre. Pensaba que es cierto eso de que todos influyen en nosotros. Que todos estamos conectados por lazos invisibles. Aunque no seamos conscientes, cada persona que aparece en nuestra vida lo hace por una razón. Desde aquellas cuyo paso creemos intrascendente hasta las que sabemos van a dejar una huella imborrable; todos llegan a nuestra vida por algún motivo. Algunos van a calar más hondo, otros no tanto, pero todos son parte de lo que somos y de lo que vamos a ser.
Desde quienes nos acompañan mucho tiempo y nos hacen felices hasta quienes nos traicionan, nos lastiman... incluso estos últimos, quizás, nos enseñen más aún. Porque cuando más nos fortalecemos y más crecemos es cuando nos lastiman. Como si las heridas nos hiciesen más fuertes, nos permitiesen crecer de una manera diferente. Porque los momentos felices nos hacen sonreír, nos dan alegría, pero una vez que pasan quedan simplemente como recuerdos. En cambio los malos momentos son los que nos transforman, nos cambian, nos permiten resurgir y crecer. Nos dejan más que recuerdos. Nos hacen sentir vivos, porque yo soy de las que creen que no hay mayor sensación de vida que la de sentir que algo nos duele. Adentro, profundo, fuerte. Si no estamos lo suficientemente vivos, el dolor no se siente. Y después de la tormenta, la calma. El resurgir.
De las propias cenizas. Resurgir, más fuertes. Con ese disfrute de la felicidad que sólo tras haber sentido una profunda tristeza podemos alcanzar. Momentos que nos permiten saber quiénes somos, hasta dónde podemos llegar, cuánto somos capaces de soportar. Y finalmente nos permiten encontrar claridad; saber adónde queremos ir. Quiénes queremos ser. Aun cuando en los malos momentos nada queremos más que no tener que estar en nuestros zapatos y en lo único que pensamos es en lo doloroso e injusto que es lo que nos pasa. Porque el dolor nubla la vista. No nos deja entender que sólo así podemos saber cuán fuertes somos. 
Porque todo pasa por una razón. No existen las casualidades, la buena o mala suerte. Las heridas, el dolor, un amor perdido, las derrotas y los triunfos... sin esas cosas nuestro paso por este mundo posiblemente sería caminar por una superficie lisa, suave y cómoda, pero también como una línea recta que no nos lleva a ningún lugar, que nos nos exige pensar cómo transitarla mejor o con quién hacerlo, quién será nuestro mejor compañero de ruta, qué razones tenemos para tomar ese camino y no otro. Evaluar, pensar, encontrar razones, ser más fuertes, capear tempestades.
Entonces todas y cada una de esas personas que pasaron por nuestra vida, los amores perdidos y los ganados, crean y recrean a la persona que somos. Si alguien nos lastima, algún día vamos a entender que nos enseñó la importancia de perdonar; y nos enseñó también a ser más cautos a la hora de creer. Y quizás también hayamos aprendido a permitir que el amor que tenemos adentro salga, dando paso al amor que tiene el otro para nosotros, pero sin sacar nuestro corazón del lugar que debe ocupar siempre, que es adentro nuestro. Porque es nuestro, no de alguien más. Y aprender a amar de esa manera posiblemente sea garantía de relaciones más exitosas. Y de derrotas menos dolorosas.
Sé que estoy un poco «zen» con estas reflexiones, posiblemente hace un tiempo jamás hubiese escrito esto; no es mi estilo y lo sé. Aunque siento que estoy cambiando tanto que, de alguna manera, encuentro día tras día algo nuevo de mí que no conocía. Supongo que eso es crecer... no sé a ciencia cierta qué es lo que me está pasando, pero me gusta. 

1 comentario:

Milux dijo...

HERMOSO LO QUE ESCRIBISTE. FELICES VACACIONES !!!!