10 de julio de 2013

«No tenían muchas cosas en común, sus maneras de caminar no coincidían y mucho menos la estatura (él para besarla tenía que agacharse o de lo contrario ella encontrar un murito para pararse y llegar al puerto de su boca), casi nunca pensaban igual, tenían ideas muy diferentes. 

La vida les sonreía (esa era una de las pocas cosas que podían compartir) y, bueno, sus manos; sus manos parecían haber sido hechas como piezas exactas para encajar una con otra y así le devolvían la sonrisa a la vida, con los dedos entrelazados y mirando a la misma dirección, como quien espera más de lo que tiene».

No hay comentarios: