Mal de amores: fuck you!

Pasé un fin de semana de puta madre. Charlé hasta por los codos con amigas a las que adoro, fui a un recital de Nonpa (me embola bastante el reggae, pero estuvo entretenido), compartí un café con mi «ex ex» (el tordo): medio a las apuradas porque estaba de guardia, pero fue lindo verlo después de tanto tiempo. Charlamos del trabajo, de la familia, de la vida, como dos viejos amigos. Le tengo un cariño muy grande y es una lástima que un tipo brillante como él siga igual de mentalmente problemático que siempre; los dramas existenciales y él son uno.
Saboreé unas flores made in Europe sublimes, recorrí bares, me tomé unas cuantas cervezas me compré una blusita Wanama bellísima, una remera divina en el local de una amiga, un espejo enorme para mi departamento así puedo ver cómo estoy de linda (?) y una colcha rústica color naranja para mi sofá.
Este fin de semana me hizo bien. Charlar con amigas me hizo bien. Reflexionar, tomar aire... La frase «no hay mal que por bien no venga» es un cliché, sí, pero es absolutamente verdadera.  

Por eso mal de amores, ¡morite! ¡Y me cago en vos desamor! Me cago en vos fracaso. Me cago en vos despedida. Porque no me quita el sueño si cargo un fracaso amoroso a cuestas. Porque hoy sé que cada lágrima que lloré fue necesaria para darme cuenta de que lo que yo buscaba no estaba en el lugar en el que buscaba. Para darme cuenta de que veía lo que quería ver, no lo que era. Para hacerme cargo de mis errores. Porque posiblemente eso es la vida, cargar derrotas en la espalda para que, a medida que caminás, los músculos se pongan más fuertes para remar con más fuerzas. Contra la corriente a veces, a favor de ella otras. La felicidad no es cuestión de suerte ni de azar, es cuestión de actitud.