Ninguna desenlace amoroso es fácil. Se llora, se sufre, se extraña, duele, cuesta... Es difícil. Ni hablar. Pero lo positivo de, tras la ruptura, ver con distancia al otro, es que nos damos cuenta de que no es exactamente lo que pensábamos que era. Y no me refiero a que esa persona haya cambiado ni a que lo que ahora ves sea malo, sino a que difiere de lo que vos veías. El error no es de esa persona, claro. El error es tuyo.
Lo bueno es que el mundo se encarga sin prisa pero sin pausa de ponerte de nuevo en tu eje. De repente empezás a ver cosas, pequeñeces... y se parece a todos los demás. Y un día cualquiera te encontrás con que te estás preguntando: ¿Dónde quedaron esas características que lo hacían distinto? Y si bien, por un lado, darte cuenta de que no es tal como lo veías es triste, por otro hace que te sientas mejor porque comenzás a pensar que no es la persona adecuada para vos porque no es el hombre que vos veías ni es, por ende, lo que vos querés.
Y comenzás a archivar los recuerdos, valorarlo por lo feliz que te hizo, guardar los momentos vividos en un tu memoria y en un pedacito del corazón. Y, con una extraña mezcla de sensaciones, a sentir alivio por lo que no fue. No era tu media naranja ni tu medio pomelo ni tu medio limón.
Y eso es todo; la historia de cómo el tiempo te devuelve la objetividad y hace que comiencen a caerte las fichas. Como si ganaras un gran premio en los slots.
Y comenzás a archivar los recuerdos, valorarlo por lo feliz que te hizo, guardar los momentos vividos en un tu memoria y en un pedacito del corazón. Y, con una extraña mezcla de sensaciones, a sentir alivio por lo que no fue. No era tu media naranja ni tu medio pomelo ni tu medio limón.
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