Fuckin' breakfast

¿A qué clase de inconsciente se le ocurre enviarme de regalo un desayuno sorpresa a las 8 de la mañana? Entiendo que la gente con un trabajo normal desayune a esa hora, incluso antes, pero yo no tengo una vida laboral normal, por ende a esa hora estoy casi muerta, recién comenzando a entrar en la Fase Beta de mis sueños, dulces, dulces sueños.

Porque que suene el timbre infumable, insoportable e impresentablemente ruidoso que tiene tu departamento a las 8 de la mañana cuando vos te acostaste pasadas las cuatro de la madrugada porque tenés que entregar una veintena de cuentos corregidos y editados -y se supone que estás de vacaciones... ¡ja!- y como si eso fuera poco, tenés que comenzar a editar dos tesis que tienen que estar listas el 30 de este mes, es, podríamos decir... ¡un chiste!

¿Un desayuno a esa hora? ¿En que parte de la ciudad extraviaste el buen gusto, querido? ¿A quién creés que le estás haciendo un regalo, a una empleada bancaria? ¿A la conductora de "Arriba Córdoba"? ¿Me estás jodiendo, no? No, no me estaba jodiendo. El timbre sonó una vez. Sonó dos. Yo lo escuchaba, pero quería creer que quien fuera que tocara timbre a esa hora se iba a cansar o por esas cosas mágicas de la vida tendría un lapso de lucidez y ubicación y, por ende, se iría. Pero no: sonó TRES veces. A la tercera me rompió los huevos lo suficiente, encima parecía que al muchacho se le había pegado el dedo al timbre -onda Riiiiiiiiiiiiiiiiiiinggggggg...infinito punto rojo (?)-, como para que con mi peor cara de orto y un humor acorde, me levantara a ver quién era el hijo de puta desubicado que tocaba TRES veces el timbre a las 8 de la mañana (el combo TIMBRE + 8 AM ya de por sí es algo UN-BE-LIE-VA-BLE).

Un pendejo con cara de pelotudo, pero amplia sonrisa, tenía en sus manos una bandeja llena de porquerías hipercalóricas y azucaradas con un moño rojo brillante y gigante y, como si eso fuera poco, de sus manos salía un hilito que terminaba en un globo. Sí, un globo. Globo, a mí... ¡a mí! Hubiese preferido que en su mano llevara un revólver para gritarle a viva voz: "MATAME hijo de puta, MATAME". Cuestión que desde la puerta de mi departamento lo miré hasta donde él estaba, unos cuantos metros más allá, en la calle, sin entender bien qué pasaba porque lo primero que supuse fue: "Se equivocó de departamento, el despertador humano hijo de puta de sonrisa amplia y cara de idiota se equivocó de departamento". Pero no, pude saber que no se había equivocado cuando me dijo: "Buen día, disculpame si te desperté, traigo un desayuno para Lucrecia, es acá?".

Me acerqué; su cordialidad, simpatía y evidente incomodidad ante mi GRAN cara de orto me dieron pena (a veces tengo corazón) y recibí el desayuno mientras le decía "sí, me despertaste, pero no hay problema" (no pude evitar decirle que me había despertado, pero valga como atenuante que no le dije "Sí, me despertaron los 5 minutos que estuviste prendido del timbre, hijo de puta"). Así que recibí el desayuno. El desayuno y el globo, claro... al menos no tenía forma de corazón ni ninguna de esas porquerías. Me dijo "que lo disfrutes", yo le dije "gracias" y me metí otra vez a mi casa pensando en qué carajo hacía levantada a las 8 de la mañana con una bandeja llena de mierditas que, para colmo, NO PUEDO comer -eso sí, la taza y la azucarera, una monada- y con un puto globo. La única posibilidad de que yo llegue a esa hora a casa con un moño rojo y un globo, es un domingo y borracha, ¿pero un miércoles? No way. Cuestión que dejé la bandeja, moño rojo, globo y la mar en coche en el comedor y me fui a dormir una vez más.

Cuestión que cuando me levanté cerca del mediodía, leí la tarjeta y supe de quién era el regalo. Alguien que, como diría mi abuela, «me arrastra el ala», pero con quien no pasó ni va a pasar nada. Más allá de todo, no me da para bardearlo por lo desubicado del regalo romántico y por lo aun más desubicado del horario del regalo; me cansé ya de explicar que «no estoy preparada para empezar algo». Yo ya fui clara, después cada quien se maneja como quiere, no voy a estar repitiendo cien veces lo mismo, que se curta.

Ahora, qué hijo de puta... Un desayuno a las 8 de la mañana a mí.