4 de marzo de 2012

Obsecuencia: el karma del militante

Apoyo a este Gobierno por innumerables razones. Pero así como aplaudo las políticas que considero correctas, critico aquellas que no (que ni falta hace que diga que las hay). Pero, al margen de eso, cada día me convenzo más de que la obsecuencia es el peor defecto (y el peor castigo) de los militantes políticos.
El obsecuente le facilita la tarea al opositor y le regala caballitos de batalla a todo aquel que no tiene argumentos. Se la hace fácil. Porque dejémonos de joder: nadie hace todo bien. Todos nos mandamos cagadas, cometemos errores y tenemos cosas por corregir y mejorar. Desde un ciudadano común y corriente hasta un político (y con más razón un político, porque que yo me mande cagadas afecta, a lo sumo, a un círculo reducido, pero que se las mande un dirigente afecta a todo un país).
En fin, me rompe soberanamente las pelotas la obsecuencia, el decir a todo que sí, el no encontrar errores, el pensar que todo está perfecto. Es dormirse. Y los dormilones no sirven. Durmiendo a lo sumo se sueña, se ronca o se babea la almohada. Pero no se camina, no se construye, simplemente no se hace. Pensar que no hay cosas que están mal hechas y que no tengo nada para criticarle a un dirigente político porque no encuentro errores, no sólo es haber perdido la capacidad de crítica y ser obsecuente, sino pecar de soberbio y, peor todavía, de pelotudo.

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